martes, 24 de agosto de 2004

Gurpegui: ¿Hasta cuándo la vergüenza?



Se acerca el comienzo de la Liga y una temporada más participará en la misma un jugador que no tiene permiso para ello, que fue sancionado por dopaje, que, en definitiva, está suspendido por hacer trampa. El caso es incontrovertible: Tanto el primer control como el contraanálisis practicados al futbolista dieron positivo por nandrolona, en unas cantidades varias veces superior a la que puede producir el cuerpo humano. No hablamos de un 20 o 30% más, sino más bien de un 200 o 300%.

Tras agotar los recursos legales, el Athetic presentó un rocambolesco informe de la Universidad de Extremadura (que con todos los respetos, no es exactamente una referencia mundial) que trataba de demostrar que el jugador era una especie de fenómeno de la naturaleza que producía por medios naturales lo que tan solo es posible mediante un agresivo tratamiento químico. Como este informe fue obviamente rechazado, el club simplemente decidió que era demasiado bueno para cumplir las normas y llevó el caso a la justicia ordinaria, con lo que la sanción aún está pendiente de cumplir.

Acudir a los tribunales es el principio del fin de cualquier deporte. En estos es absolutamente fundamental aceptar las reglas antes de comenzar, y cumplirlas con la inmediatez que la propia naturaleza del juego exige. Imaginemos que alguien es invitado a una partida de póker por sus amigos, y que en un momento dado esta persona manifiesta su descontento con el resultado de una jugada, para la partida y denuncia el asunto en el juzgado. Evidentemente nunca volverían a invitarle; no ya sólo por amargarles la vida con problemas legales, sino porque el juego sería impracticable con él.

O recordemos aquel penalti que falló el Deportivo de la Coruña y que le privó de un título de liga. Supongamos que hubieran visto alguna irregularidad y exigido la repetición del lanzamiento ante un tribunal. ¡Diez años después podríamos estar sin campeón!

Así pues, creo que la Federación, o la propia Liga, deberían liarse la manta a la cabeza y exigir a todos los clubes adscritos que firmaran un compromiso como condición imprescindible para participar en la competición, por el cual no se acudirá a la justicia ordinaria por ningún asunto estrictamente deportivo. El no cumplimiento del compromiso debería acarrear la descalificación inmediata del equipo. Esto vale tanto para sanciones a jugadores como para lanzamientos de cerdos, etc.

Yo entiendo que Carlos Gurpegui puede ser en parte víctima, y algún médico listillo pudo pensar que "aquí no iba a pasar ná". También sé que una sanción de dos años para un deportista joven es muy dura, pero más duras son las lesiones y los jugadores igualmente se recuperan. El apoyo del club debería traducirse en seguir pagándole la ficha y mantenerle en forma para volver a competir, no en la demagogia ni en escupir sobre las normas. En medio de todas las incógnitas de este caso, hay una verdad que nadie puede rebatir: Sin reglas, no hay juego.

3 comentarios:

El Socio dijo...

Una gran verdad, Odie. Y es que dicen que el deporte nacional es la envidia, aunque más bien diría que es el victimismo, y no sólo en el fútbol. Demasiada mezquindad y doble rasero.

El Socio dijo...

Desde luego el Valencia, en su afán de convertirse en "el Barça en lugar del Barça" les ha copiado hasta sus vicios llorones. El tal Ortí ha sido uno de los tipos más cretinos del panorama futbolero nacional, siendo difícil distingur si era mayor su evidente falta de luces o la dureza de su cara.

Ahora si no recuerdo mal un señor ha comprado las acciones del Valencia, aunque le han amenazado y todo, e incluso asaltaron a su esposa. ¿Qué ha pasado al final con ese asunto?

Jesús Antártida dijo...

Hablando de vergüenzas habría que hablar de lo del cierre del Camp Nou: dentro de un par de meses harán dos añitos. Estoy esperando que Laporta y su tropa celebren una fiesta de aniversario.