
El otro día asistimos a un espectáculo penoso, lamentable y revelador, que no hizo más que confirmar lo que ya se podía intuir desde hace tiempo: El modelo actual de club deportivo, del "Madrid de los socios", está no agotado, está agotadísimo. Y el motivo principal es que esos socios, lisa y llanamente, no son dignos de seguir ostentando la propiedad del club.
Un breve repaso de cifras resulta revelador: El Real Madrid tiene en la actualidad unos 70.000 socios, de los que 65.000 tienen derecho a voto, voto con el que se decide el futuro del club y que sólo se pide ejercer una vez cada cuatro años. Bien, pues de esos 65.000 es ya norma invariable que menos de 30.000 se personen para votar. Los demás tienen cosas mejores que hacer, como pasear al perro, llevarse a la familia a la playa, limarse los callos, hacerse una paja...
Dentro de este total de 70.000 existe un grupo, un tanto esotérico, formado por los llamados "compromisarios". Son estos socios que supuestamente representan a todos los demás, escogidos mediante un sistema de lo más curioso: Dos socios avalan al candidato a compromisario, que posteriormente es aceptado o no mediante designación arbitraria de la directiva: Dicho en otras palabras, se le pone a dedo. Los socios normales nunca tienen la opción de elegir a los compromisarios, pero estos, no obstante, son los que votan en las juntas ordinarias y extraordinarias del club. Por ello, se les supone un compromiso mayor con el mismo, rayano en la devoción, una pasión inquebrantable, vaya. Estos no se van a pasear al perro, o a la playa, etc. Bueno, pues de número aproximado de 3000 compromisarios, nunca se alcanza el 50% de asistencia a las asambleas. Parece que, finalmente, el resto sí que está con el perro, o en la playa, o... bueno, ya saben. Bien, tenemos pues a 1500 valientes que, como el otro día, se presentan a decidir sobre el futuro del club, ese club por el que como hemos dicho lo darían todo. Bueno, eso si la asamblea no dura mucho: El pasado domingo, a las seis horas del comienzo de la sesión, 1200 compromisarios ya se habían cansado de decidir y se habían ido a su casa. Cuando se votó sobre el asunto del sufragio por correo, el punto más importante del día, y quizá de los últimos años, sólo quedaban 300 infelices, que para colmo rechazaron la propuesta.
Ah, el voto por correo... una historia que arranca hace tiempo. Por lo visto un buen día Ramón Mendoza decidió que sería enormemente molesto dejar de ser presidente del Madrid, y ayudado por unos estatutos deficientes y por el suegro de Míchel Salgado, se encargó de crear un sistema para que hacía muy difícil perder las elecciones una vez instalado en el poder. Desde entonces cada votación supone una nueva polémica, dando una imagen tercermundista que nos deja a la altura del betún. El otro día se podía haber cambiado todo eso, pero ya saben, el perro estaba esperando impacientemente para mear en alguna farola.
La asamblea ya comenzó con mal pie. ¿Qué pintaban los hijos de Florentino malmetiendo por los pasillos y tratando de organizar grupitos de opositores ruidosos? (por cierto, vale que la mujer se llame Pitina, pero no puedo menos que cuestionar el criterio de un hombre que llama a sus hijos... ¡Chivo y Cuchi!). Las primeras intervenciones resultaron sospechosas a más no poder: Que si las sacas para arriba, que si las sacas para abajo... ¡a ver si le prenden fuego a las putas sacas! Ojo, en ningún momento se cuestionaba el lamentable modelo de votación, que es lo que uno esperaría de un socio neutral, sino que se seguía dando la matraca con abrir las sacas. Personalmente me apesta a intervenciones dirigidas. Bueno, menos la de Gato, que me ha mandado un correo de lo más entusiasta en el que me dice: "¡cómo le dimos a Calderón por la mañana! Está acabado, hundido, y si no lo está, le terminaremos de hundir". Bien, Gato, bien, ese espíritu constructivo. Y Kaká la semana que viene.
Dentro de las intervenciones de los socios hay que salvar, no obstante, algunas que sí rayaron a gran altura, como la del señor que reclamaba que se cambiara el sistema de contestación telefónica del club (asunto fundamental, de vital importancia en estos momentos) o la de Toñín, que solicitó la insignia de oro y brillantes para Raúl. Qué nivelazo, qué categoría.
Así las cosas, ¿para qué seguir con el sistema de socios? Yo, sinceramente, ya no aguanto el sufrimiento, es insoportable. Soy el primero que me oponía a la Sociedad Anónima, pero el otro día CQ me dijo una cosa: "Para comprar el Real Madrid hacen falta 1000 millones de euros, y eso ya es una cierta garantía". ¿Y sabéis qué? Creo que tiene razón. No creo que nadie fuera a gastarse esa salvajada de dinero para luego hundir el club. Si Villar Mir un buen día sale del sarcófago y quiere comprarse un club para iluminar sus años postreros, pues que lo haga, pero yendo por derecho. Desde luego, un Palacios no podría soñar con una operación semejante, lo que ya es todo un consuelo. Sí, la Sociedad Anónima nos ahorraría el depender cada cuatro años de las veleidades de esos piperos que gastan los lunes al sol viendo el entrenamiento con un bocata grasiento entre las manos, mientras añoran los tiempos de Del Bosque y de la casta sobaquil. Al fin y al cabo tampoco debe haber tanta diferencia entre ser accionista y ser socio, y así mantienes la ilusión de que influyes de alguna manera en la vida del club.
Aunque debo decir que existiría una forma de mantener el modelo actual, un tanto extrema si se quiere, pero que yo implantaría si fuera presidente: Básicamente hay que hacer entender que ser socio del Real Madrid, como el club privado quizá más importante del mundo que es, no es un derecho sino un puto privilegio, privilegio que se puede perder en cualquier momento y que implica unas obligaciones. Así, el socio que no votara en los comicios o que no mandara un representante autorizado, perdería su condición de forma fulminante. Otro tanto ocurriría con los compromisarios que no se presentaran a las asambleas, que serían elegidos no por la Junta sino por el resto de socios. Las plazas de los expulsados serían adjudicadas a los miembros de una lista de espera, en la que no se admitirían solicitantes mayores de 45 años. Así, se iría reciclando paulatinamente la masa social, haciándola más joven y consciente de que en cualquier momento puede perder el privilegio de su condición. Un sueño, pero quién sabe, quizá algún día. Lo que ahora es claro y meridiano es que no puede haber otras elecciones hasta que no se reforme el sistema de voto. Luego, Dios dirá.
Horas después de la asamblea, Daniel, CQ y yo mismo paseábamos por las inmediaciones del Bernabéu bajo un cielo plomizo y lluvioso. Kilos y kilos de pipas, acaso toneladas, se acumulaban en los puestos callejeros, dispuestos para aprovisionar a los sonrientes socios abonados, preocupados tan sólo de si entraría la pelotita esa tarde. ¿Llegará algún día un jeque árabe que los convierta en simple público, y que transforme esto en una cosa seria?