Por HughesEl egotismo disparatado de Raúl me recuerda al de Tony Montana en la recreación ochentera de Scarface, de Brian de Palma. Un disparate de vanidad. Lejos de la meditativa elegancia de "El padrino", o de la sabia madurez de "Atrapado por su pasado", aquí Al Pacino (el único hombre al que considero mejor que yo) es un demente sin matices, salvo por dos o tres compeljos intrapsique.
Partamos de la base de que Raúl no sólo tiene a los periodistas; tiene, y eso es peor y más importante, el cariño y el corazón del público madridista, vulgar por masivo, estúpido. ¿Qué se puede contra alguien así? Su vida es irreprochable, sus números son incomparables, su gestualidad es tan perfecta, tan estudiada, es tan fingidamente concentrado, luchador y todo eso que no hay por donde meterle mano salvo por su carácter mate. Por eso Robinho es la gran amenaza. Mientras sea posible desterrarle a la banda o mientras no se fiche el otro delantero que necesitamos, Raúl permanecerá incuestionado. Y casi incuestionable. El talento indudable de Robinho, visible para todo el mundo, debería poder entrar en conflicto con Raúl -que lo teme como a un nublado-, pero eso aún no es posible. Debería surgir alguien en banda o algún otro delantero que, junto a Robinho, dejase sin sitio a Raúl. Pero no parece que...
Otra idea es la de un Granero recuperado, que siendo de la cantera y joven sí tuviese esa legitimidad de cuna a los ojos de la grada. O Granero rompe a crack o lo hace Drenthe (porque Robben si rompe, rompe a otra cosa), o nos tenemos que encomendar al fichaje de Benzema. Antes las cosas pasaban un poco así. Si pudiésemos formar una dupla Ruud-Benzema, con Robinho detrás, no habría nadie sano mentalmente que admitiese la titularidad de Raúl, o el cantazo, de todas formas, sería enorme.
Es curioso cómo el gran aliado de Raúl ha acabado siendo el rombo. Para que cupiera el nueve de turno y Robinho, sin los cuales esto no marchaba, para que cupiera el mediocentro y además Raúl había dos soluciones: o rombo o asimetría. Así, si Ramos no pirulaba, el raulismo met the tikitaka y el Madrid se debilitaba enormemente. Porque no nos engañemos, el once tipo que nos gustaba de Schuster, con Raúl, Sneijder, Baptista y Diarrá, un once que tenía ya bastante con vencer la polémica gutista, funcionaba con Ramos, pero no con otro porque suponía jugar sin una banda. Por eso, el raulismo necesita alguna cosa romboidal y blanducha. Tampoco nadie ha llamado la atención de forma suficiente sobre los gestos de Raúl cuando Schuster le sustituyó en la segunda parte en Villarreal. A ver si Torres se atreve con eso.
De todas formas, para ser justo, Raúl sigue teniendo algo. Aporta un número decente de goles y tiene inteligencia táctica (en todos los sentidos imaginables, sí, pero también el el puramente futbolístico). Yo aún no confio del todo en un Madrid con Drenthe, Baptista, Sneijder y sin la presencia de Raúl. Probablemente es un miedo infundado, o fundado en la aburrida costumbre de verle desde que era adolescente. Sigue teniendo una seriedad posicional que no tienen otros, más brillantes pero algo inconsistentes. De la misma forma que Íker no ha sabido coger el cetro en el vestuario, aquí Guti no supo tampoco imponer su fútbol. Porque... ¿no ha sido Raúl el que ha acabado desplazando siempre a Guti de ese puesto entre el interior izquierda y la mediapunta?

El Raúl actual vive en el corazón de millones de personas. De la misma manera que Luis Cobos, Cruz y Raya, La oreja de Van Gogh, Lina Morgan o Manolo Escobar, o cosas así, pero con un matiz que lo acerca a las figuras patéticas de los últimos Tony Leblanc y Carmen Sevilla. Despierta ese respeto incondicional, acrítico, basado en el pasado. Forma parte de la familia, de nuestra propia experiencia. El público le respeta. En eso no tiene sólo la culpa Carvajal o Roncero, sino nuestra propia naturaleza como público, nuestra necesidad de figuras incuestionadas, españolísimas, estéticamente deplorables, duraderas, y en nuestra ausencia de sentido crítico.
Creo que la única manera de librarnos de Raúl (o al menos de minimizar su influjo pernicioso mandándole al banquillo) es que surja alguien que conquiste el corazón de esa masa no muy sofisticada. Se tiene que dar esa condición y una segunda: que haya conflicto posicional. En contra tenemos el camaleonismo táctico de Raúl, muy capaz de "adaptarse" al mediocampo o incluso ir de nueve por la vida. Que Robinho explote y que se fiche a Benzema o Agüero o alguien asi. De lo contrario, Raúl hasta en la sopa.
Hay otra cosa en Raúl... "es uno de los nuestros", y lanza al mundo una idea de respetabilidad. Es la ética del trabajo y la ética personal y familiar, pero además su carencia de dotes físicas le acerca a nosotros. No está muy lejos de alguno de nosotros jugando un domingo. El talento puro levanta sospechas, y eso se da aún más en el Bernabéu. Raúl es ordinario e irreprochable y a Robinho se le puede admirar, pero para que se le quiera deberá sernos familiar, hacerse como nosotros de alguna manera o dejar alguna virtud no sólo física. Zidane dejó la sencillez, por ejemplo, y Di Stéfano se madrileñizó.
Raúl es el retrato robot que sale de preguntar a las puertas del estadio por las virtudes no-deportivas del madridista perfecto. Raúl y Carvajal han sido unos genios absolutos en márketing y han lanzado un producto, este Raúl postapendicitis, que se adueña, hasta el punto de acapararlas, de todas las virtudes que el particular público del Bernabéu admira. A Hugo Sánchez se le admiró, pero no se le quiso. A Figo lo mismo, pero menos. A Zidane las dos cosas. De Ronaldo ni hablemos. El público del Madrid es distinto al de un Manchester, por ejemplo. Está criado con Bernabéu y su paternalismo y con la leyenda de un Madrid ejemplar y no admite un George Best, por ejemplo. El público de Old Trafford lloró la muerte de Best con simpatía, con todo el amor que se le ofrece a un descarriado, pero reconociendo su grandeza y su libre elección. El Madrid es muy conservador y está moralizado hasta el tuétano. Eso lo tienen que ver, por ejemplo, los representantes de los futbolistas que vienen, o los propios jugadores. Hay que españolizarse o impostar humildad, abnegación, sacrificio. Sobre todo sacrificio, el público es cruel a su manera y quiere la sangre, el sudor o en todo caso la entrega de la altanería y la soberbia. La suma humildad. Es un campo sacrificial, que para amar a algún futbolista exige que antes éste haya dejado o fingido dejar algo de si. En el fondo, creo que es la necesidad de sellar el compromiso con la camiseta, creible sólo si hay sacrificio de por medio. Lo que separaría al mercenario del goodfellow sería eso: el sacrificio ofrendado al público. No seamos hipócritas: incluso cuando nos hemos puesto exquisitos, con Zidane, lo hemos hecho porque este jugador subsumía su genio indudable en el once, en la vida del club, y asumía una humildad absoluta. Porque similar talento tenía Ronaldo y nunca se le quiso.

En esta impresión que tengo me falta pensar en Juanito, que es una figura que yo conocí poco por la edad, poco o nada, y de la que tengo, sobre todo, algunas intuiciones que no me atrevo a hacer públicas por no ser acusado de hereje. Creo, de hecho, que el amor por Juanito es una cosa impuesta por los ultras al resto del estadio, impuesta por las buenas, quiero decir, ¿o no? ¿Qué hay más sacrificial que nuestro amor por Juanito, que dejó su vida yendo a ver una eliminatoria europea de nuestro Madrid?
El público del Madrid no puede decidir si concede o no la camiseta o el dorsal, como antaño, al nuevo. Esto se nos escapa de nuestras manos. Pero lo que sí puede hacer, en su soberanía, es conceder el amor o la admiración a quien ofrece algo a cambio. El compromiso se sella sólo a costa de ese sacrificio. El caso de Raúl es doloroso porque supone la perversión de una manera de ser que nos define. Raúl ha aprovechado ese resorte emocional del público, tradicional, genético, para enfeudarse y para secuestrar al público en su amor. Ha secuestrado el amor del público.
También me atrevo a decir, hay en todo esto un problema del que ya hablamos, de legitimación y continuidad. Raúl no sólo ha sobrevivido a los galácticos, a la quinta del Ferrari o a los Laudrup y Zamorano, no, además, ha sobrevivido a Mendoza, Sanz, Floren, Martín y ya está claro que lo hará al okupa. Es la presencia constante en un panorama cambiante. Creo que Raúl se ha adueñado del lugar de Bernabéu, de su hegemonía. Ojito con el nombre del estadio, que peligra... Hay, definitivamente, algo irreverente en la ambición de Raúl. ¿Quién ha sido el único vitalicio en este club? ¡Bernabéu! Fue presidente hasta su muerte y lo hubiese sido hasta que sólo Dios ordenase otra cosa. En esta firma vitalicia de Raúl, el madridismo le ha concedido al Altísimo la decisión sobre su futuro, dimitiendo totalmente, como incapaz de juzgar semejante figura. No nos engañemos, los "vitalicios" se han pensado para Raúl, no para Guti, ni siquiera para Íker. Raúl, con ese contrato, ha arrebatado parte de un status que sólo tuvo Bernabéu.
¿Qué hay en el fondo de esta necesidad de lo sacrificial en el madridismo? Creo que la sacralización de los colores, que vivimos no como un estado alternativo, sino como una deidad pagana, eso sí, revestida de moral cristiana a troche y moche. Raúl es la inversión de ese mecanismo casi religioso. Alguien que burla al dios con un sacrificio fingido. Sí, Raúl es un hereje y el mayor problema de la historia del Madrid. Es el anticristo de nuestro Real Madrid. Nació colchonero.
Parece un crucificadoLo de Raúl hace que el madridismo pase de religión a secta. De todos modos, comprender un poco lo de Raúl, o intentarlo, creo me acerca un poco a cómo es el madridismo, a cómo somos, quizás nosotros seamos una variante rara, anormal. Raúl es lo más arraigado y antiguo de este Madrid y nos dice cómo somos. Él lo descubrió al poco de llegar al club, casi siendo niño: "llevo unos meses y ya me he dado cuenta de lo que diferencia a este club del Atlético", le recuerdo antes de hacerse famoso y debutar en el primer equipo. Raúl ha reconocido nuestro mecanismo, quizás porque se ha hecho madridista. Su conocimiento del madrid es distinto al de, por ejemplo, Íker. Él ha tenido que aprender cómo es el club. O sea, que se las sabe todas.
El madridismo no podría querer a Cristiano Ronaldo. La diferencia entre el Manchester y nosotros es que nosotros somos una religión. El público ha interiorizado eso de tal manera que sólo quiere al que ofrenda un sacrificio. No basta el talento o cien goles. Hace falta que esos goles hayan supuesto una entrega sacrificial. No es lo mismo. Hay aficiones que afirman ser una religión, algo más que un club, o una pasión, pero se abren de piernas al primero que rinde, se entregan totalmente a un Ronaldinho o a un Cristiano Ronaldo. Nosotros no somos el Inter de Ronaldo. No nos bastaba, por ejemplo, la entrega inhumana de Ronie para salir de sus lesiones, porque eso le configuraba como persona, pero no era algo dado en sacrificio al club. Por eso, ese rasgo, aunque irritante, es lo que nos diferencia de las demás aficiones del mundo. Raúl es eso, pero seguramente manipulado.