El careto, la mirada

Ya he visto el partido Madrid-Paleti -o buena parte de él- merced a las descargas que nos ofrece este portentoso invento que es internet. El partido estuvo bien, tampoco nada sideral, pero bien. No obstante, la imagen que más impresión me dejó no fue puramente futbolística, sino la de un hombre -muy viejo por dentro- que lleva el número 7 en nuestro equipo y que tiene mucho poder en el club. Lo primero que hizo este hombre fue ir a recoger la copa de campeones en el palco -infame costumbre reinstaurada por el memo de Platini-, y lo hizo con la desgana del que cumple un penoso deber. Alzó la copa durante cuatro segundos exactos, y a continuación descendió las escaleras con un gesto de indescriptible hastío, de querer estar en cualquier otro lado, mientras sus mandíbulas rumiaban un chicle. En verdad se diría que ganar una Liga es muy poco emocionante.


Me voy a morir de alegría.


Parece un vía crucis.

El capitán exhibió la misma cara de palo mientras posaba con el trofeo junto a sus compañeros. "Bueno, es que ha ganado muchos", se puede argüir. Pero a continuación saltaba al campo Alberto Contador, ese jovencito atleta ganador del Tour de Francia. "¡Esto ya es otro tema, el capi le recibirá con la mejor de las sonrisas!" ¿O no? Mientras el ciclista realizaba el saque de honor, el "7" aplaudía con aire indiferente. Parece que si hubiera salido Carmen de Mairena habría aplaudido igual. Qué cortesía la del símbolo del club.


Homenaje a Contador. "¿Me he dejado el gas abierto?"

Bueno, puede pensarse que Raúl, por lo que sea, está amargado. Igual es marido cornudo y resignado... vete a saber. El alma humana es insondable, y hay hombres más allá de toda emoción. Pero hete aquí que un hecho contradice esta teoría: la reacción del capitán al marcar su fácil gol al Paleti. No llega a sonreir, más bien realiza un gesto de rabia, de agresividad, como es habitual, pero lo verdaderamente significativo es su mirada. Es esa mirada la que hace patente lo que ya sabíamos: que Raúl no está ausente, ni ajeno a lo que le rodea, ni muchísmo menos. El capitán está en una actuación constante, la del que se siente observado y sabe que cada gesto cimenta su personaje, ya monótono y desgastado pero tolerado por el público a base de pura costumbre y de reposiciones no solicitadas. Sí, su mirada le delata. Esos ojos que, poco después del abrazo de Ramos, buscan al único espectador del estadio que a Raúl le importa: la cámara. Ahí asoma la humanidad, la impostura, la terrible vanidad del viejo actor.


¿Es esa mi cámara?


¿He salido bien?

Mi conclusión es sencilla: creo que este hombre hace muchísimo daño en un vestuario que está ya en otra vibración, que se ha llenado de gente joven, con hambre y deseosa de escribir nuevas páginas del club. Hay jugadores lo bastante carismáticos o veteranos como para ejercer una labor de liderazgo, y la única forma de que corriera aire limpio sería la salida del capitán. Este aparentemente utópico deseo sería lo único que cerraría del todo la renovación del club.