La mala educación

Hay un tema del que quería hablar hace tiempo, pero nunca había encontrado el momento. Se remonta a la campaña que realizamos este verano para protestar, en la medida de nuestras posibilidades, contra la anunciada destitución (o más bien linchamiento) de nuestro entrenador, Fabio Capello. Cuando me acerqué a la oficina de atención al socio con el taco de folios que contenía las 8.000 firmas, el responsable de dicha oficina me atendió muy amablemente. Se mostró gratamente sorprendido con la iniciativa y me dijo que haría todo lo posible por trasladarla a las altas instancias, pero eso sí, no perdió la ocasión de decirme que no le gustaba nada el fútbol de Capello, y que realmente se alegraba de su despido. "Pues muy bien", pensé. "Mientras tú muevas lo de las firmas..." (No sé si alguien de arriba llegó a leer los documentos).

Nada más abandonar el Bernabéu recibí una llamada de Telemadrid (yo les había llamado previamente informándoles de la campaña). Era uno de los periodistas de "Madrid Directo" (Javier Lázaro, creo), que me preguntaba más detalles del asunto. En un momento de la conversación, este periodista creyó absolutamente necesario, por lo visto, decirme que para él Capello era el antifútbol. ¡Qué gran profesionalidad! Pongamos que yo estuviera haciendo una colecta para un albergue de perritos y llegara éste tipo a entrevistarme. ¿Os imagináis que me dijera "pues para mí los chuchos son unos bichos asquerosos"? Pero con Fabio Capello (el entrenador con mejor palmarés del mundo, recordemos ) todo vale, tan brutal ha sido la campaña que durante años la prensa bastarda lleva realizando como él. Igual que en la Alemania nazi, cualquiera se siente legitimado para patear en la boca al judío. (La URSS era más democrática, estaban todos igual de acojonados.)

Pocas semanas después recibí un correo electrónico del friki que lleva la web www.debate21.com. No me acuerdo de cómo se llama, lo miraría pero no me vale la pena. En su mensaje me ofrecía escribir una columna deportiva en su web (sin pagar un chavo), y me decía que había seguido la campaña de firmas y el manifiesto. De paso, me hacía saber su alegría por la ya consumada defenestración del italiano. O sea, un tío plenamente consciente del esfuerzo de movilización que exigió la campaña no tuvo mejor idea que decirme por escrito que estaba muy contento por su fracaso. En mi respuesta, además de rechazar su propuesta de colaboración, le dije que si tenía tanta alergia a la excelencia, quizá es que merecía a un presidente como ZP, al que tanto denosta en sus páginas. El interfecto respondió, en tono dolido, que no se merecía a ZP, y que "no le gustaba mi estilo". ¡El tío se permitía dar lecciones y todo! Pero es evidente que, como los anteriores, se sentía legitimado para seguir dando leña al destituído mono.

Más de uno de los que entráis aquí tendrá anécdotas similares. Para mí la conclusión es clara: no sólo padecemos una prensa infame, sino que su influencia es capaz de hacer aún más fina la ya de por sí delgada capa de civilización de algunos individuos. Mi consejo es que, si alguna vez os cruzáis con alguno de estos ejemplaes, no dejéis pasar la ocasión de ponerlos en evidencia y afear su conducta. Con algo de suerte se les caerá la venda, y se darán cuenta de que son poco más que simios depilados. Con algo de suerte...